La crisis mundial del juego-parques urbanos
Jugar fútbol con los vecinos, rasparse las rodillas mientras aprendías a patinar, andar en bici hasta la noche y trepar árboles, son actividades que sucedían frente a la casa, en la calle, en el barrio o colonia donde crecimos, actividades que hoy en día se han convertido en rituales urbanos casi extintos.Para los hoy adultos (30+), salir a jugar a la calle formaba parte de la rutina diaria.
Una porción del día dedicada especialmente a encontrarse, en un espacio físico, con los amigos del barrio e inventar travesuras sin que los adultos se percataran de lo que sucedía, sin restricciones para gritar, correr, saltar, imaginar, pintar, construir, etc. Las cicatrices que con orgullo portamos –ya que usualmente van acompañadas de aventuras o anécdotas graciosas–, son evidencia de que jugar a veces era peligroso (aunque eso lo hiciera más divertido).
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Una rama más arriba, una piedra menos estable que las demás, un salto más valiente que el anterior, o un simple paso en falso podía desencadenar una serie de eventos desafortunados, pero también activar un protocolo comunal en caso de emergencia: algunos corrían espantados a sus casas, uno que otro lloraba, un par se quedaban con el herido mientras otros buscaba socorro de los adultos, etc.
Jugar es el mecanismo natural de interacción de los seres humanos, “un regalo genético” a través del cual se aprende a colaborar, socializar, reflexionar, comunicarse, empatizar, autorregularse, solucionar problemas, conocer límites personales (y desafiarlos), entre otros.
A nivel neurológico, jugar ayuda al lóbulo frontal a traducir emociones primarias (enojo, miedo, tristeza y alegría) en formas más sutiles (pesadumbre, placer, disgusto, cariño, satisfacción, exasperación, desilusión), y conforme nos enfrentamos a diversas situaciones sociales va creando un repertorio para situaciones futuras. Es a través del juego que niñas y niños desarrollan las habilidades sociales, emocionales,
físicas y cognitiva que los acompañarán durante la adultez.
La crisis mundial del juego-parques urbanos
“Jugar refiere a todo comportamiento, actividad o proceso iniciado, controlado y estructurado por los propios niños; tiene lugar dondequiera y cuando quiera que se dé la oportunidad. [...] Es una dimensión fundamental y vital del placer de la infancia”.
Todos sabemos qué se siente jugar, la alegría y libertad que se experimenta es contagiosa, y una vez que te enganchas en el flujo del juego, solo quieres hacerlo una vez más. Pero, si jugar es la herramienta que niñas y niños tienen en su poder para desarrollar su potencial, ¿por qué los adultos consideramos que es una actividad que se puede restringir, condicionar y hasta ignorar por completo? ¿qué adulto no ha dicho –sin pensar en las consecuencias reales– “deja de perder el tiempo”, “deja de hacerte el tonto”, “termina la tarea y luego hablamos”, “estate quieto”, “ya deja de jugar”, entre muchas otras? Para poder desafiar este tipo de pensamiento y dejar de observar a la niñez desde una perspectiva adultocéntrica es necesario comprender que para niñas y niños, el juego aparece entremezclado en la trama de la vida cotidiana, no es una actividad específica que pueda diferenciarse del mundo real , sino un estado de excitación emocional positivo y una actitud hacia la vida –siempre presente–, para explorar modalidades de percibir, actuar y relacionarse con el mundo y otros seres humanos, una “disposición lúdica” que representa un sinfín de posibilidades.
Estas posibilidades se han visto cada vez más limitadas por diversos factores, la mayoría derivados del entorno donde se desarrolla la vida del ser humano. El modelo de ciudad centrado en el automóvil, que rigió el desarrollo urbano de la mayoría de las ciudades en el mundo durante la segunda mitad del siglo XX y que hoy en día se sigue replicando, tiene diversas consecuencias que afectan la salud mental y física de los seres humanos, desalienta a las personas para mantenerse activos durante el día ya sea caminando, moviéndose en bicicleta o jugando, dificulta la movilidad independiente de niñas y niños, y reduce su capacidad de navegar y experimentar la ciudad, lo cual se traduce en menos oportunidades de interacción social, exploraciones, aventuras y juego espontáneo.
A nivel mundial, el adultocentrismo ha impulsado la toma de decisiones en pro y torno de la protección de la niñez, creando espacios seguros, rodeados de rejas, con objetos sin identidad y que finalmente segregan a esta población. La consideración del juego como
un tema que deba formar parte de agendas gubernamentales globales y locales, se ve opacada por el mismo adultocentrismo y se le piensa como un tema no relevante.
Esta falta de prioridad demostrada por diversos gobiernos fue identificada como un problema sistémico que proviene del “crecimiento de las poblaciones urbanas, la violencia en todas sus formas, la comercialización de la infraestructura de juego, el trabajo infantil y las crecientes demandas educativas”, afectando la oportunidad de niñas y niños para disfrutar plenamente de su derecho al juego y fomentando que los entornos urbanos y la toma de decisiones en torno a estos siga sin considerar la perspectiva infantil. De manera que no era de sorprenderse cuando John Goodwin –director ejecutivo de la Fundación LEGO– frente a la audiencia del Foro Económico Mundial, explicó que “56% de las niñas y niños en el mundo pasa menos tiempo en exteriores que los prisioneros de máxima seguridad en EUA”, dejando claro que el problema del juego y su relación con la ciudad, se está convirtiendo en un problema de salud pública global.
A nivel mundial el “número de niñas y niños con sobrepeso sigue incrementándose, y se espera que alcance los 70 millones para 2025 (comparado con 41 millones en 2016); esta cifra aumenta en un 30 por ciento en países [de ingreso mediano bajo y mediano alto]” Pensar en entornos urbanos más “jugables”, representa un esfuerzo conjunto entre sociedad civil y gobierno, desde diversas áreas del saber humano y tomando en cuenta diferentes contextos y situaciones socio-culturales. Significa pensar en espacios de juego que no sean diseñados exclusivamente para el juego y para las niñas y niños, sino que inviten a grandes y chicos a soltarse un poco y volver a imaginar aventuras. Espacios diseñados responsablemente, que no reproducen el adultocentrismo y permiten la espontaneidad, que se entremezclan en la vida diaria, son inclusivos e invitan a pasar cada vez más rato en ellos. Es necesario impulsar un cambio de paradigma y entender que evidentemente una ciudad “jugable” no solo beneficia a niñas y niños, sino también a todos sus ciudadanos.
“Para poder crecer y jugar, los niños necesitan la ciudad — no más, no menos”.
Fuente:
Parques, la revista especializada en parques y recreación de México, Diciembre 18 - Febrero 19.
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